El marinero pidió una escalera de aluminio de un metro cincuenta.
Dos ramas de apio para su loro recién llegado de la montaña.
Escogió un espejo retrovisor con letritas: «Objects in mirror are closer than they appear».
Solicitó carnaza para su perro y magnesia para el mareo.
Eligió cauteloso unos Cohiba y unos cerillos Lucifer en caja encerada.
Una caja de balas calibre 38, un paquete de algodón y un trapo de franela roja.
Tomó del mostrador dos brújulas, una cadena de plata y pequeño espejito de esos que no se empañan con la niebla
Pidió que le afilarán unas tijeras negras con oro en las orejas y su cuchillo filetero.
Checó su cartera y agregó una caja de tinto y un par de veladoras de vaso largo.
Se probó un paliacate rojo y un sombrero Panamá con una pluma color azul.
Acomodó en una caja de cartón cuatro trozos de pez vela ahumado
y un manojo de hierbas y dos de santa.
Ordenó con su voz grave seis piloncillos y una libreta de pasta dura de cuadrícula grande.
Anotó detenidamente cada una de las compras y checó la cuenta con velocidad.
Antes de salir pidió que le agregarán una campanita
como la que sonaba al abrir y cerrar la puerta que no paraba de azotarse con el viento
de los los autos del periférico que libraba el sur de la ciudad.